Isaías 45:22. -Vuelvan a mí y sean salvos, todos los confines de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay ningún otro.

El Señor se alegra en nosotros.

Y me alegraré con ellos haciéndoles bien.
Jeremías 32:41

Charles Spurgeon

¡Qué alentador es para los creyentes saber que Dios se regocija en sus santos! No podemos ver ninguna razón en nuestra vida para que el Señor se alegre en nosotros.
Y no podemos deleitarnos en nosotros mismos porque reconocemos y llevamos la carga de nuestra pecaminosidad, por lo que deploramos nuestra propia infidelidad hacia él. También tememos que el pueblo de Dios no se deleite en nosotros, porque seguramente es capaz de discernir muchas de nuestras imperfecciones y necias acciones.  Cómo si esto fuera poco, ellos son más capaces de lamentar nuestras debilidades que de admirar nuestros talentos y fortalezas. Debido a eso, disfrutamos de esta verdad incomparable, de este misterio glorioso, de que así como el novio se alegra por su novia, asi el Señor se alegra en nosotros.
En ningún lugar de las Escrituras leemos que el Señor se alegre en las montañas coronadas por las nubes ni en las estrellas centelleantes, pero si leemos que se deleita en los lugares donde está su pueblo y en su pueblo mismo. Tampoco vemos por ninguna parte en la Palabra de Dios que los ángeles deleiten su alma, porque por ninguna parte él dice refiéndose a los querubines y serafines:¨Serás llamada Hefzi-bá, (RVR 1995)... porque en ti se deleita el Señor¨(Isaías 62:4)  Sin embargo, si lo dice de nosotros (pobres criaturas caídas, corrompidos y pervertidos por el pecado) que hemos sido salvados, ¨exaltados y glorificados por su gracia.
¡Cuán plenamente Dios expresa su deleite en su pueblo! ¿Quién podría haber llegado a concebir que el eterno Dios prorrumpiría en cantos? Sin embargo, es lo que nos dice su Palabra: ¨Se deleitará en ti con gozo, te renovará con su amor, se alegrará por ti con cantos¨ (Sofonías 3:17) Cuando el Señor contempló el mundo que había creado dijo que ¨era muy bueno¨(Génesis 1:31) Pero cuando él contempla a los que fueron comprados por la sangre de Jesús, a sus escogidos, pareciera como si el gran corazón del Infinito no pudiera contenerse y estalla en divinas exclamaciones de gozo.
En vista de esto, debemos expresar nuestra respuesta agradecida a la milagrosa declaración que el Señor hace de su amor por nosotros y cantarle: ¨Yo me regocijaré en el SEÑOR, ¡me alegraré en Dios, mi libertador! ¨ (Habacuc 3:18)