Isaías 45:22. -Vuelvan a mí y sean salvos, todos los confines de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay ningún otro.

La llenura del Espíritu Santo

Todos fueron llenos del Espíritu Santo.
Hechos 2:4

Charles Spurgeon

Las ricas bendiciones del Espíritu Santo y las consecuencias finales de la sagrada plenitud del Espíritu Santo en el alma de los cristianos es imposible de exagerar. Además, resulta completamente imposible separar la vida, el placer, la luz, la pureza, el poder, la paz y muchas otras maravillosas bendiciones propias de la presencia del Espíritu benévolo.
El Espíritu Santo, como aceite sagrado, unge la cabeza de los creyentes, apartándonos para el sacerdocio de los santos y dándonos por gracia todo lo necesario para cumplir con nuestro llamado y nuestra posición. Como la única agua verdaderamente purificadora, él nos limpia del poder del pecado y nos santifica produciendo en nosotros ¨tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad¨ (Filipenses 2:13). Como luz, él primero nos revela que estamos perdidos y luego prosigue revelándonos al Señor Jesús a nosotros y en nosotros y nos guía en ¨el camino de la justicia¨ (Mateo 21:32). Por tanto, iluminados por sus rayos puros y celestiales, quienes antes éramos ¨oscuridad¨... ahora somos luz en el Señor¨ (Efesios:5-8). Como fuego, él no solo purifica y elimina la escoria de nosotros sino que hace que se encienda nuestra naturaleza consagrada. Él es la llama del altar del sacrificio donde podemos ofrecer todo nuestro ser como sacrificio vivo...agradable a Dios¨ (Romanos 12:1). Como rocío del cielo, él elimina nuestra aridez y fertiliza nuestra vida. ¡Oh, que en esta mañana él caiga de esta manera en nosotros, porque ese rocío temprano sería un bendito comienzo para nuestro día!
Como paloma, el Espíritu Santo, con sus alas de amor pacífico, cubre a su iglesia y a las almas de los creyentes, y como Consolador dispersa las preocupaciones y las dudas que alteran la paz de su amado pueblo. Ël desciende sobre sus escogidos como lo hizo sobre el Señor Jesús cuando se bautizó en el río Jordán (ver Mateo 3:16) y es testigo de nuestra condición de hijos al darnos un espíritu de familia gracias al cual podemos exclamar: ¨¡Abba! ¡Padre!¨ (Gálatas 4:6). Como el viento, él trae ¨hálito de vida¨ (Génesis 2:7) produciendo milagros transformadores por los que su creación espiritual obtiene la vida y el sostén.
Mi ruego a Dios es que hoy y cada día podamos experimentar su divina presencia.